Qué bueno que los redactores de la página web de Ñ se dan una vuelta, siempre, por The Guardian y sus blogs. Ahora, comentan un post de Evan Maloney acerca de la lectura veloz y sus consecuencias. Acabo de hacerme mi propio regalo navideño y tengo como 10 libros en la mesa de noche para leer. Y aunque la tentación es leerlos uno por día, como si fueran series de TV, voy a disfrutarlos. Así resume Ñ el post de Evan Maloney:
¡Cuántos libros leyó este año? ¿Cuántos este mes? ¿Cuántos en un día? ¿Cuántos en una hora? En una época en que la velocidad es una virtud prolijamente cuantificada y la eficiencia manda: ¿Tenemos que aprender a leer de nuevo, a leer más rápido?Algo de esto se preguntaba ayer, en un blog del diario inglés The Guardian, el escritor australiano Evan Maloney. Maloney empezaba su artículo citando un caso extremo: el crítico Harold Bloom. Bloom decía que, en sus buenas épocas, podía leer hasta 1.000 páginas por hora. ¡Mil páginas por hora! "Podía haber digerido Jane Eyre durante la hora de almuerzo y todavía hubiera tenido tiempo para masticar la mitad del Ulises antes de volver a sus clases", se ríe Maloney.Pero fuera de estos fenómenos, Maloney ofrece un dato: el lector medio avanza por la prosa a razón de 250-300 palabras por minuto, lo que no suele dar ni siquiera una página en el tiempo en que Bloom habría acabado 16. Y cuanto más rápido lee ese lector promedio, menos entiende. Para qué, se pregunta el autor, para qué apurarse en leer, salvo para fanfarronear de todo lo que se ha leído. La cuestión, entonces, será cómo se han leído esos libros, prestando cuánta atención."La mayoría de los cursos de lectura veloz le enseñan a la gente a leer las palabras sin formarse la imagen mental de los sonidos correspondientes", dice Maloney.Hay otro tipo de método de lectura veloz, cuenta el australiano. Consiste en detectar las palabras clave de cada oración, de un golpe de vista, e ignorar las otras. Maloney dice que trató de hacerlo, leyendo Ana Karenina, de León Tolstoi. Especialmente en los pasajes en que uno de los personajes, Levin, despliega sus teorías. "Una parte de mi mente se concentraba en los pensamientos y acciones de Levin", dice. "Pero otra parte se dedicaba al proceso de lectura veloz. '¿Cuáles son las palabras clave?', me preguntaba". A veces, esta pregunta lo distraía completamente y Maloney notaba que había leído varios párrafos sin retener nada.Claro, el problema es la noción de lectura veloz, de lectura de palabras clave, aplicado a la literatura. ¿Acaso los grandes novelistas del mundo pasaron años sufriendo por el tono y el ritmo de cada palabra para que un lector posmoderno, preocupado por hacer rendir su tiempo pase por ellas en diagonal? "No creo", responde Maloney. "La lectura veloz puede ser una herramienta efectiva para documentos de trabajo, textos escolares y cartas de amor no correspondido, pero la prosa de la gran literatura debería ser saboreada ... ¿no? Parte del placer de la lectura viene de 'escuchar' a nuestro paladar psíquico pronunciando las palabras en el oído de la mente".No se trata solamente, claro, de este placer estético. Además, si uno no es Harold Bloom, probablemente pierda gran parte del sentido de una obra si se apura por terminarla rápido. "Leer velozmente es como tratar de apreciar una vista de París andando por sus calles a 200 kilómetros por hora", dice Maloney.Sí, termina Maloney esta es la era en que medimos la velocidad de una conexión a Internet en fracciones de segundo y expresamos sentimientos en SMS escribiendo cosas como "tkm" (te quiero mucho). "Pero no estoy convencido de que debamos ajustar nuestros hábitos de lectura a la velocidad de la vida moderna. En cambio, la lectura debería ser un placer en el que el tiempo se olvida, aunque sea por un momento".
Vía: Moleskine Literario